Siempre me han gustado los juegos de estrategia. Desde el Caesar III hasta el Rollercoaster Tycoon o los Command & Conquer, aunque el Sim City nunca me llegó a hacer gracia.
Por eso, cuando descubrí un juego que simulaba que eres presidente del gobierno, tuve que jugarlo. Se trata del Democracy 4.
En este juego feo y sencillo se resume las leyes del país y sus interacciones de una forma magistral. Por ejemplo, tenemos conceptos como el PIB que se relaciona con multitud de parámetros y segmentos de población, y otros que apenas se relacionan con los automovilistas, o con los creyentes religiosos.

La cosa es que empecé a jugar aplicando lo que me parecía más conveniente para mejorar la situación del país ficticio llamado España.
Subí el impuesto del tabaco y del alcohol. Aumenté el gasto en enseñanza y en todo lo relacionado con emprender y empresas. Intenté bajar un poco el impuesto de la renta. E incluso me atreví a aumentar la libertad de prensa y tener una educación totalmente laica.
Qué iluso.
El país iba un poco mejor, llegando incluso a superávit en algunos trimestres, pero sin previo aviso, me asesinaron.
Y no una ni dos veces.
Si no hasta tres veces tuve que repetir la partida porque un grupo extremista me asesinaba.
¿Por qué?
Por no hacer caso a un grupo de la población, los religiosos, con un 80% de representación.
Y a esta gente le daba igual que el país fuera mejor económicamente, que vivieran más felices o que ganara la selección de fútbol.
A ellos les molestaba que quitase la religión de las aulas y que apoyase al colectivo homosexual.
Tanto les molestaba eso, que me asesinaron. Virtualmente, claro.
Entonces, en mi cuarta partida, cambié la estrategia. Me centraría en la educación.
Seguí tocando algo los impuestos, pero lo primero que hice fue reducir, poco a poco, la religión en el colegio. Tardo un tiempo en surtir efecto, pero iba viendo con alegría como cada vez había menos gente religiosa.
El 76%.
El 70%.
El 50%.
El 30%.
El 10%.
Y ahí, cuando eran pocos y no sé si cobardes, eliminé cualquier atisbo de religión.
Y nadie me asesinó.
Porque ya eran pocos para organizarse y no tenían poder político para llevarme la contraria.
Esto me hizo pensar, ¿cuánto se parece el juego a la realidad?
En la realidad, los partidos políticos se enfocan en grupos de población según su peso político (ya sabes que, en España, en las elecciones generales, no tiene el mismo peso un voto de Madrid que uno de Soria por la ley D’Hondt), algunos políticos criminalizan ciertas actividades económicas (no miro para los empresarios), o buscan crear cortinas de humo que distraigan a la opinión pública (tú y yo) de las leyes que crean.
Democracy 4 es un simple videojuego, pero permite conocer de una forma visual y bastante entretenida (hay que ver cómo vicia) los entresijos de cómo funciona un país a gran nivel.
Y como buen juego, es relativamente sencillo conseguir cualquier utopía que te propongas 😉